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Muy temprano, las grandes casas de champan comprendieron la importancia de la etiqueta para el desarrollo de sus mercados hexagonales e internacionales. Entre 1820 y 1920, las expediciones de champaña son pasadas de 2 a 20 millones de botellas. La notoriedad del producto se impuso rápidamente gracias al talento comercial de algunos negociantes que sepan hacer el etiquetado un instrumento de comunicación y de atracción, un soporte de promoción y de marketing más de un siglo antes de que estas ideas germinen en el espíritu de los agentes publicitarios modernos. La etiqueta se debe de representar el prestigio de la champan y del que le elaboró como una firma o una tarjeta de visita. Una regla que sobrepasa el hecho simple de informar a un comprador sobre el vino contenido en la botella. Antes de saborear el breuvage y de ser conquistado, este último debe ser atraído sobre todo en primer lugar por algo que suscite su deseo jugando sobre los colores, dando valor a una personalidad limpia o subrayando de un tiro tal o tal favorece.
En este dominio campo, las grandes casas supieron dar a la champan los "vestidos" de fiesta que le volvían en toda lógica.
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